¿Será que tantas veces he entrado y salido de mi estudio el día de hoy que terminé por pisar a todas las hormigas que iban y venían entre el balcón y uno de los enchufes tapados del pasillo? Porque, ahorita que miro en esa dirección, veo que ya no hay más hormigas siguiendo ese camino. Sería bueno saber que, la falta de concentración en mi cabeza el día de hoy, dio un fruto bueno, deshacerme de esa hilera de hormigas.
Aunque no será la única hilera que pase por mi casa. A últimas fechas, hay muchas. Hay otra en el baño, de hormiguitas casi diminutas, que cruzan por abajo del botiquín con espejo, van y vienen y van y vienen. No he tenido la curiosidad de averiguar de dónde o a dónde. Las de la rociada de insecticida del otro día bajaban desde la chimenea del bóiler y entraban también a otro apagador, en ese mismo lado del baño. En todo caso, las prefiero en el baño y no en la cocina.
Hay otro tipo de hormigas, tamaño y color hormiga natural, a las que les llaman “hormigas locas” aquí en Cuernavaca, y dicen que porque son todas alocadas y van y vienen a gran velocidad y sin ton ni son. Veloces e indecisas, es decir. Atarantadas, diríamos. De esas también tuve, la semana pasada, en una de las ventanitas del pasillo que dan a la calle.
Una de las cosas que más recuerdo de la primavera de este año era la interminable hilera de hormigas que salía de un agujero en el adoquín de la calle, subía por la banqueta, y pasando mi puerta de entrada empezaba su ascenso por el marco de la misma y luego seguía su camino hacia arriba, pasando las ramas del almendro y más alto. Se veía la mancha negra donde subían (o bajaban, algunas), pero nunca logré saber si llegaban hasta la azotea de la casa o si se internaban en la misma por algún agujerito.
Un par de veces le señalé al esposo de la casera esta situación. Frotando un dedo por el camino de las hormigas, lograba destantearlas y que perdieran el hilo de lo que estaban haciendo. Pero, al cabo de un rato, aunque fuera por otro camino, retomaban su ascenso por el muro anaranjado. Y esto continuó buena parte de la primavera.
Seguro deben haber subido comida cuando yo no estaba y no me di cuenta. Lo que siempre temí era el día que bajaran a buscarla, o a explorar los mundos nuevos de la casa a la que recién se habían mudado. Un día le dije al vecino qué, contrario a lo que él suponía, en esta casa no vivíamos cuatro seres, sino millones. Se rio mucho y se puso a considerar la cantidad de ácaros. ¡No, sin contar los ácaros!
Y así se pasan los días, y cada vez hay más hormigas. Diminutas, normales, locas y las que son mitad rojo mitad negro. Esas se pasean por el otro lado de mi estudio, siempre con alguna idea fija en la mente de hacia donde van. Yo les voy teniendo paciencia en lo que me la tengo yo. Algún día llegará la quincena y me pagarán. Y entonces, rete contentos todos, vendrá el fumigador. No crean que lo hago con saña ni coraje. En realidad duele adentro saber que los granuladitos azucarados que les pone en su camino, que tan contentas se llevan para comer, en cuanto inicia el proceso de descomposición de los alimentos en su nido, que según me dicen es como les gusta consumirlos, contagia al resto de las provisiones con el veneno contenido en su interior y todo se va volviendo tóxico a largo plazo. No se acaban de un día para otro, pero sí las generaciones futuras ya no vendrán (tan seguido) a visitar.
Hola chica:
Que gusto saber de ti, también como Adriana, estoy aprendiendo, asi que cuando aprenda te escribo ampliamente.
Oye Eso de viajera o turista pues para mi que depende, sobre todo adonde vayas, si vas al 1er. mundo claro que tienen todo para que vayas de viajera, pero si se te ocurre ir a ciertos lugares que no son el 1er. mundo, no hablan ingles ni español y que también tienen cosas padrísimas, si no vas de turista pues te amuelas. ejem Jaime alguna vez fué a Egipto de viajero y nada mas conocio el Cairo y Alejandria
mucho besos